“Memorias y recuerdos” de Carlos Iniesta Cano (Planeta 1.984)
En la Ciudad Universitaria, el capitán de la Legión, Carlos Iniesta contempla un retacito de verdor primaveral que asoma por la tronera del refugio donde redacta el parte. Inspirado, escribe: “11 abril 1937. A las 10 horas. Ataques vecinos más fuertes. Les envié recado de que retirasen carros, pero no me hicieron el más puñetero caso. Convencido ya de que lo hacen a mala leche, les estamos zumbando con botellas de gasolina. Quemado uno frente al hito del kilómetro 9. Tengo más de 50 bajas. Teniente Perrino Villalón herido grave. Ruego granadas de mano no importa su marca”. El capitán Carlos Iniesta” Siguen unos días de relativa calma con tiroteos diurnos. Al anochecer, el fuego disminuye su intensidad hasta que se hace el silencio. Algún soldado bromista le da las buenas noches al enemigo con una bocina de hojalata. Los nacionales son legionarios; los republicanos milicianos de la CNT. Conversan de trinchera a trinchera como vecinos. Los legionarios tienen un gramófono en el que ponen a todo volumen el chotis “Rosa de Madrid” a petición de los milicianos. Entre las dos trincheras, en la tierra de nadie, se pudren algunos cadáveres de milicianos caídos en el último ataque. --¡Eh, los de la Pasionaria –grita un legionario- bien podíais enterrar a vuestros muertos, que cuando sopla el viento nos llega un pestazo que no hay quién lo aguante! --¡Sí, hombre! –le replica un cenetista- ¡para que nos friáis a tiros en cuanto asomemos la jeta! --¿Qué dices, desgraciao? –responde el lejía- Nosotros somos caballeros legionarios y sólo combatimos de frente y con honor. El capitán Iniesta Cano toma la bocina e interviene. --¡Eh, los rojillos! Que sepáis que no abriremos fuego contra los que salgan a retirar los cadáveres. Los dos bandos acuerdan la tregua: a las diez de la mañana del día siguiente, 18 de abril de 1.937, pondrán una bandera blanca en cada trinchera y a continuación un oficial de cada bando saldrá al descubierto para conferenciar con el otro sobre las condiciones. Para evitar fallos o malentendidos sincronizan los relojes. Los legionarios proporcionan a su capitán ropa nueva y recién planchada, incluídos los guantes blancos del uniforme de gala. Además acopian tabaco, coñac y vino, para obsequiar al enemigo, que vean lo rumbosos que somos. El capitán Iniesta aparece sobre el parapeto a la hora convenida, hecho un figurín. De la trinchera opuesta sale un teniente republicano… El legionario y el cenetista avanzan hasta el centro de la carretera. A tres pasos el uno del otro se cuadran y saludan en posición de firmes. El cenetista se lleva el puño a la sién. --A tus ódenes capitán. Dan dos pasos al frente y se estrechan la mano. El teniente republicano invita al capitán nacional a que dirija la retirada de los cadáveres. Iniesta se vuelve hacia su trinchera y ordena comparecer a los nueve legionarios que ha prevenido. Los hombres, perfectamente uniformados saltan del parapeto y se alinean junto al oficial en perfecta formación. Llevan consigo el tabaco y los licores. Del parapeto republicano empiezan a saltar milicianos, primero unos pocos, luego por docenas. “Cientos de milicianos a los que nadie pudo contener –recordará Iniesta-. Su entusiamo es muy difícil de describir. Se abrazaban a nuestros legionarios (tras los nueve de escolta saltaron muchos más), cogían cigarrillos y descorchaban botellas; por su parte ofrecían librillos de papel para liar tabaco, que escaseaban en nuestras líneas por hallarse las fábricas en la zona de Levante. En fín… aquello parecía una verbena o cualquier otra cosa menos un alto el fuego tras los duros combates sostenidos (…) yo en lugar del prohibido armamento llevaba una cámara y tomé algunas fotos. En algunas de ellas puede observarse claramente cómo la camilla que transporta algún cadáver adversario la llevan entre un miliciano y un legionario. Rojos y legionarios alternaban unidos en el trabajo de transportar camillas con un descanso sentados en el suelo, en grupos mixtos, como si se tratase de un día de vacaciones o de fiesta en el campo. Se ofrecían bebidas y fumaban mientras charlaban animosos o intercambiaban prensa”. A la caída de la tarde cada cual volvió a su trinchera. “Pasaron varios días hasta que aquella Unidad perteneciente a la CNT fue relevada por otra comunista mandada por un tal Perea, que empezó a disparar contra nosotros con armas automáticas, fusiles, granadas de mortero y todo cuanto tenían sin perder un minuto”.
1 comentario:
Operación Lucero, 1973
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